sábado, 2 de mayo de 2009

Recordando las HOGUERAS de los años 60. Por Carlos Fernández Barallobre, Calín


Aquellas Hogueras de lo sesenta.

Quizás sea el mes de junio uno de los más alegres, luminosos y especiales de todo el año. Es un mes en que vuelven a mi por medio del rito mágico de las Hogueras de San Juan recuerdos y más recuerdos del tiempo pasado de mi querida, feliz y lejana niñez. Si algo pasa por mi mente es una gran cantidad de anécdotas , vivencias, recuerdos de amigos que todavía están ahí, de otros que se fueron, unos a otras tierras, otros que se alejaron de mi cotidiano vivir y algunos que llamados por la Divina Providencia, participan ya de otras hogueras de San Juan a la diestra de Nuestro Señor.

Permitidme queridos lectores que haga un ejercicio de memoria y os traslade en el tiempo a aquellas Hogueras de Fernando Macias que iniciaban su andadura allá por los años sesenta. Una hoguera de barrio, de niños y niñas que amanecían a la pubertad, a los primeros amores, vaya a andar por la vida sin bridas ni riendas. De aquellas correrías infantiles de los años sesenta, nace en 1970 la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan, una realidad palpable que cuarenta años después se ha convertido en el motor de la fiesta por antonomasia de La Coruña, las hogueras, que cada noche del 23 al 24 de junio llenan a reventar el paseo y los arenales de Riazor, Orzan y Berberiana de personas ávidas de vivir la liturgia del fuego . Revivamos pues con vuestro consentimiento aquellas primeras hogueras.

Cuando llegaba el mes de mayo , el grupo o también denominado pandilla, nos aprestábamos a iniciar los preparativos de la realización de la hoguera del mes de junio. Allí estábamos todos: Monchito Ceide; Carlos Vallo; Toñito Osende; Jorge Cancelo; Nacho Iglesias Negreira y sus hermanos; Beibo; Paco Sampedro; Jaime “bájame la jaula”; los Piñeyro; Quiquiño Pardo de Andrade y sus hermanos Majanje y Luís ; Joe; los hermanos Vales; Linocho; Manolo “el ilustre” y tantos otros que permítame omita pues la lista se haría interminable. Este pequeño ejército era sabiamente dirigido por los mayores, entre los que se encontraba Cheche, líder indiscutible y capitán acompañado por Barcala; Ramil ; Vallo que estaba a caballo entre las dos pandillas; Pepe Tomé; Ovidio García; Luís Moreno; Julián Fernández; Santi y Asís Piñeyro…. Ellos nos repartían el trabajo y nos ponían a funcionar de tal forma que se cumpliesen los objetivos previstos de cara a hacer una gran hoguera en el mes de San Juan. Ellos eran los mocitos que ya andaban con chavalas, alguna tremendamente buena, nosotros en cambio éramos los traviesos, los simpáticos, cachondos como ahora se dice y por supuesto los pequeños que teníamos complejo de esclavos.

De tal manera nos repartían el trabajo que se podía dividir en dos fases. Una primera o de acopio de fondos económicos y otra segunda de aprovisionamiento de madera, preferiblemente robada, palo mayor y demás aditamentos. Entre una y otra fase todo estaba presidido por una sana alegría que nos llevaba -como veremos- a tomar cariñosamente el pelo a los personajes pintorescos de la zona. Es decir que no quedaba títere con cabeza.

La primera fase como hemos referido trataba del acopio de fondos por lo cual iniciábamos una campaña que consistía en ir casa por casa, puerta por puerta, abusando de la generosidad del vecindario para que en una palabra soltasen unas pesetillas con que hacer frente a los gastos de compra de tracas, petardos y globos de papel que servirían de complemento a la hoguera que habríamos de quemar. Recuerdo que llevábamos con nosotros una octavillas en las que se anunciaba la gran hoguera que se quemaría la noche del 23 de junio a las doce de la noche. Un ruego lacónico, “no falte por favor” hacía más seria la convocatoria.

Fernando Macias; Rey Abdullah; Pérez Cepeda; Maestro Mateo; Alfredo Vicenti; Calvo Sotelo; Paseo de Ronda: Plaza de Portugal; Avd. de Buenos Aires y Rubine eran peinadas a conciencia a fin de allegar el mayor montante de dinero posible.
En unas casas, la mayoría, éramos muy bien recibidos. Recuerdo que algunos vecinos como el Señor Ron nos daba doscientas pesetas, que era un pasta. Otros cien, cincuenta, cinco duros o una peseta. Pero también en otras casas nos “largaban con cajas destempladas” véase sino el viejo Celedonio que vivía en Torre Coruña y no quería saber nada del tema. Al final lo único que lograba es que lo tomásemos de “coña” con lo cual su cabreo alcanzaba cotas inimaginables.

Una vez terminada esa primera fase, que daba sus últimos aldabonazos, esquilmando el bolsillo de nuestros padres, nos aprestábamos a realizar la segunda fase del plan: la recogida de madera.

Esta fase era la que más trabajo y quebraderos de cabeza nos daba. Había que buscar primero un sitio donde guardar la madera robada o regalada que habríamos de juntar. Nos pareció el lugar más idóneo un solar vallado y abandonado que estaba en Fernando Macias y que alguien dijo que era propiedad de Pepe Ponte, el de la fábrica de pastas, que vivía en la zona. Así que “abusando de su confianza”, -aún es hoy el día que no se de quien era el mencionado solar, hoy por cierto, magnifica casa, el nº 22 de Fernando Macias-, enviábamos a Jaime Martínez a que rompiera el candado de la puerta de varios martillazos para cambiarlo por otro que previamente habíamos comprado. Es decir que por espacio de un mes , éramos los dueños absolutos del mencionado solar. ¡Con llave y todo!

Ya teníamos el solar, ahora había que vigilarlo para que no nos robaran la madera acumulada y de paso otear por alguna obra cercana, la viga o tronco que tendríamos que robar de forma osada, para convertirlo en el palo mayor, eje central de nuestra hoguera que generalmente rematábamos con un pelele o algo similar. Beibo era el encargado de “dicar” el palo. Curiosamente y durante varios años, lo robamos siempre del mismo lugar; la obra de reconstrucción de la Iglesia de San Francisco en el paseo de los Puentes. Allí eran los dominios de “Calimero”, apodo con el que distinguíamos al guardián de la mencionada obra y que cada vez que le denominábamos de esa manera a voz en grito y desde larga distancia , subía el tío por las paredes

El plan de robo era fácil. Jorge y Osende lo entretenían tirándole piedras y los demás por atrás de él le “ligábamos “ un tronco que solía medir entre diez y doce metros. Todo realizado con gran rapidez pues el Calímero aquel, tenía unas malas pulgas tremendas. ¡Que manera de lanzarnos piedras! ¡Tenía una puntería el personaje, que mandaba carallo!.

Se habían cumplido las dos fases pero quedaba otra, esta por supuesto espontánea y de cosecha propia: El Cachondeo.

En esta fase no queda ningún palillo sin tocar. Lo mismo le cogíamos prestado el carrito de la basura a Fernando el barrendero, más conocido como “mis pelos” que nos íbamos a reír del Padre Montero, un bendito Franciscano que era un autentico palizas cuando se empeñaba en darnos doctas lecciones sobre el origen de nuestros apellidos; O le llenábamos de petardos “El Express”, la curiosa tienda del bueno de Pepe Castro, que con voz aterciopelada y meliflua decía “sois criminales”; O pintábamos en la puerta del bar Escorial que regentaba Armando,-que gran amigo fue luego-, un pretencioso letrero “Bar el éxito” que iba ligado a la poca concurrencia que tenía el mencionado negocio de la calle Rey Abdullah en los primeros días de su apertura ; “Media orella”, el patrón de los futbolines de la calle Pondal. ¡Menudas broncas le formábamos en el establecimiento!; O nos íbamos a chotear de D. Vicente Fojón, el dueño de la Vinícola Manzanara de la calle Alfredo Vicenti y de sus sempiternos ayudantes, hoy dueños del negocio, Pepe y Manolo que conocíamos con el sobrenombre de “los hermanos Kubalita” por su gran parecido con el gran Ladislao Kubala.

El cura Pelotas; Gumersindo; Machaco; Calavera, todos ellos profesores de la Academia Galicia; Benigno “El Peruano”; Caamaño el del Vespa club; Ángel el de Paderne que se ahorcó sin poder darnos una paliza a Vallo y mi. ¡Mira que nos odiaba!; Manolo “el del Pincho”, su hermano Antonio que agarraba unos tremendos “mosqueos” cuando se encerraba en la cocina a preparar las raciones de pulpo y una mano misteriosa y anónima por supuesto de nuestra pandilla le colocaba un cartel en la puerta con una leyenda que decía “Peligro, laboratorio”. La vieja Amadora; las niñas de la compañía de Maria-nuestros primeros amores- las monjas, nadie quedaba a salvo.

Luego llegaba el día 23. Desde primeras horas de la mañana se trabajaba denodadamente en trasladar la madera desde el solar de Fernando Macias a Calvo Sotelo enfrente de la telefónica donde se instalaría la gran hoguera. La madera se transportaba a mano o en carretillos que nos prestaban varios comerciantes de la zona para devolvérselos al día siguiente, siempre y cuando la carretilla en cuestión no fuese objeto de discordia. “La llevas tú”, “no a ti te la prestaron”. “Pues yo no la devuelvo”…

Hubo un año que aquello se saldó de manera salomónica. Se oyó la voz displicente de Ramil para decir: “No la queréis devolver”, “pues al fuego con ella”. Allí quedó el carretillo para ser pasto de las llamas. A la mañana siguiente solo quedaba el esqueleto mondo y lirondo. La bronca que tuvo que aguantar Carlos Vallo del tendero Constantino Trillo, a la sazón dueño del carretillo, fue para orinar y no echar gota. Al final todo se saldó con el humor que nos caracterizaba y desde aquel día para mencionar al tendero le adheríamos la coletilla “Constantino Trillo, transportes a carretillo”.

El reloj da las doce y cual cenicienta encantada, asoma la hora señalada de la quema. El fuego devora en pocos segundos tantos días de trabajo. Rostros risueños, abrazos, saludos y comentarios. Al final cada uno a sus casas para al día siguiente, después de lavarnos la cara con las flores de San Juan, reunirnos antes la cenizas de lo que fue la gran hoguera y comenzar a disfrutar del maravilloso verano coruñés, -durante el cual Ramón Chousa nos pondría de patitas en la calle en más de una ocasión de su cine Equitativa-, pensando en que mayo volvería pronto y de nuevo nos aprestaríamos a realizar el mágico rito de las Hogueras de San Juan.

Cuanto ha llovido desde entonces. Poco queda de aquella irrepetible pandilla. Los mencionados personajes no se enfadarán, algunos ya no están entre nosotros. De todas formas si estuvieran no había chavales con aquel humor e ingenio par chotearse de ellos, hoy se dedican a otras cosas menos ingeniosas y más botelloneras. El barrio ha sufrido una gran transformación. Las hogueras se han trasladado a los arenales, pero el espíritu continúa.. De aquella hoguera de niños liderada por Cheche Fernández Barallobre y sus amigos grandes y pequeños se ha pasado con el esfuerzo de muchos a la gran fiesta de interés turístico Nacional antesala del verano que es capaz de concentrar a cien mil personas en esa noche mágica en la maravillosa ensenada de Riazor-Orzán. Hoy son otros los nombres propios de la Comisión de Hogueras: Conchita Astray, Meiga Mayor 1985, comprometida desde aquella fecha fielmente con la devoción Sanjuanera; Carmen Pampín; Loly Álvarez; José Luís Hernández; Mimi Santos; Helio García: Iria González; Mila Martínez; Manolito Ares; Alberto Veira, incansable colaborador y casi fotógrafo oficial de las Hogueras y quien suscribe... pero el que los dirige sigue siendo el mismo, una persona de conducta rectilínea, unos de los últimos románticos, enamorado de su ciudad, llamado Eugenio Fernández Barallobre. A la vuelta de la esquina, la cita anual con la noche de los grandes aconteceres, se acerca. Ya trova el poeta “Después de estar detenidas en su prisión temporal, regresan vivas vestidas en las fechas ya sabidas, LAS HOGUERAS DE SAN JUAN“.

A Cheche Fernández Barallobre y a los amigos de ayer, hoy y siempre, en donde Dios los haya colocado, mi eterna y sincera amistad.

La Coruña, abril de 2009.

Calin Fernández

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